
En el corazón de la Media Bota Caucana, la vereda Santa María, en San Juan de Villalobos, municipio de Santa Rosa, Cauca, se extiende un territorio sagrado donde la selva tropical húmeda se entrelaza con la memoria viva de los pueblos indígenas. Este ecosistema, parte del piedemonte amazónico, alberga suelos frágiles con una capa húmica delgada y un alto nivel freático, condiciones que han moldeado el conocimiento ancestral sobre el manejo de la tierra y el equilibrio con la naturaleza. Aunque estas características presentan desafíos para la agricultura convencional, la vocación del territorio es eminentemente forestal, favoreciendo la regeneración de árboles nativos y maderables, fundamentales para la conservación y el sostenimiento de la vida.


Ruta Yaku es un laboratorio vivo donde la biodiversidad y el conocimiento ancestral convergen en una danza de reciprocidad. Aquí, la selva es resguardo de seres espirituales y guardianes naturales, como el oso de anteojos, la danta y el jaguar, que habitan en las montañas nubladas, así como de una inmensa variedad de aves, reptiles y primates. El agua, sagrada para la comunidad, fluye en quebradas como Los Micos, afluente de la quebrada La Argentina, que desemboca en el río Villalobos y debe ser cruzado para adentrarse en la montaña. También destacan La Culebra y El Cedro, junto con otras fuentes hídricas que nutren la selva y ofrecen escenarios para actividades acuáticas y de exploración. Este territorio es un espacio de conexión profunda, donde la naturaleza se experimenta no solo como un recurso, sino como un ser vivo que enseña y sana. En lo profundo de la montaña, se encuentran dos Yachaywasi (Casas del Saber), guiadas por los médicos tradicionales y ancestrales de la Nación Yanakuna, Taita Gerardo Silva y Taita Mecías Muñoz, quienes, desde su sabiduría originaria, orientan a la comunidad y a los visitantes en la armonización del cuerpo, la mente y el espíritu. Aquí, las medicinas ancestrales indígenas son más que remedios: son caminos de sanación que reafirman la relación sagrada entre el ser humano y la Madre Tierra.


Más allá de su riqueza biológica, este territorio es un guardían de las artes, la cultura y el conocimiento ancestral, ofreciendo una visión holística donde el ser humano no se sitúa por encima de los demás seres, sino como un elemento dentro de la complementariedad y reciprocidad del territorio.
La cosmovisión indígena nos enseña que la tierra, el aire, el agua y todos los seres que la habitan conviven en equilibrio, recordándonos que “nosotros concebimos el territorio como la integralidad que existe entre el ser humano y el cosmos, donde se interrelacionan animales, plantas, tierra, aire y demás elementales conviviendo recíprocamente para vivir bonito”.

Este espacio es, en esencia, un refugio de conocimiento y conciencia, donde cada ser que lo habita es un maestro y cada visitante tiene la oportunidad de aprender, sanar y transformar su relación con la naturaleza.